Una viajera avanza. Se dirige hacia la gruta. El viento, a
veces, gime. Se desliza en el bosque un rumor que clama al cielo…de hojas
atolondradas. Se han tronchado algunas ramas. El monte guarda silencio. El río ahoga sus lágrimas.
Decían los campesinos que, al despuntar el alba, la doncella
del manantial, como todos la llamaban, cantaba y que su voz era como un tañido
de campanas. Escuchar su canto sanaba
todas las dudas del alma.
y el tiempo, no se contaba por años. El manantial nunca se volvió a secar, por eso alguien dedujo
que la moza era, en realidad, la diosa Minerva madre de la sabiduría y ¡cómo no,
de la guerra! ¡Qué manía con las guerras!.
aborrecía la presencia de las gentes.
¿Qué la llevó a tal trastorno?
Caminaba descalza. Seguramente, desnuda.
No cazaba animales. Se alimentaba de yerbas.
Algún invierno muy frío, se la llevó para siempre.
Aquella fugitiva jamás pudo imaginar
que, con el paso del tiempo, su tragedia personal
la conduciría a los altares de esa Roma imperial.