Una viajera avanza. Se dirige hacia la gruta. El viento, a
veces, gime. Se desliza en el bosque un rumor que clama al cielo…de hojas
atolondradas. Se han tronchado algunas ramas. El monte guarda silencio. El río ahoga sus lágrimas.
Pisa la tierra compacta que duerme siglos de tedio. Sus
pisadas resuenan como un día de tormenta. Ajena al miedo que siembra y al rumor
que la acompaña, la viajera se siente feliz con este proyecto. Soledad, paz y
silencio es todo lo que añora su alma.
Después de un verano atroz, el manantial languidece. Está
el poderoso río casi extenuado y maltrecho. Los cantos del cauce son testigos
mudos del exilio que todos los peces han
tenido que afrontar.
La gruta está muy cerca del agua. Puede estar habitada. Se
sienta a descansar del largo camino hecho. Enseguida, los sonidos silenciados
reaparecen, es el grito placentero de criaturas que se arrastran, trepan,
saltan, se zambullen, vuelan, observan y cazan.
Es un asombroso mundo que recupera la calma.
Decían los campesinos que, al despuntar el alba, la doncella
del manantial, como todos la llamaban, cantaba y que su voz era como un tañido
de campanas. Escuchar su canto sanaba
todas las dudas del alma.
Entonces, en la vida de las gentes, no existía el
calendario
y el tiempo, no se contaba por años. El manantial nunca se volvió a secar, por eso alguien dedujo
que la moza era, en realidad, la diosa Minerva madre de la sabiduría y ¡cómo no,
de la guerra! ¡Qué manía con las guerras!.
A día de hoy, y que yo sepa, nadie pidió su opinión. Sabios
y poderosos, ya se sabe, otorgan honores: no siempre, razones.
Esta es la historia sencilla del manantial que limita al
norte, con la serranía de Cuenca y al sureste, con el complejo industrial que
hay en Torrelodones. ¿Que no hay
complejo industrial? Lo dije por no dar pistas a las embotelladoras del ramo.
Lo juro. Jamás, por mi, se sabrá donde está el manantial.
La doncella de esta historia
aborrecía la presencia de las gentes.
¿Qué la llevó a tal trastorno?
Caminaba descalza. Seguramente, desnuda.
No cazaba animales. Se alimentaba de yerbas.
Cantaba, sí. No tenía otra manera de hablar.
Algún invierno muy frío, se la llevó para siempre.
Aquella fugitiva jamás pudo imaginar
que, con el paso del tiempo, su tragedia personal
la conduciría a los altares de esa Roma imperial.
Alcalá de Henares. 4 de noviembre de 2022
Texto e imágenes realizados por Franziska. Las fotografías se dispararon en el desfiladero de La Yecla, en Burgos.
Se publicó por primera vez en "El juego de la palabra dada". La palabra que me dió Virgi, fue manantial. El día 3/08/2016