Sé que existen los hombres buenos.
Nunca he sabido por qué se
esconden.
Porque haberlos, “haylos” como se
dice
en las tierras gallegas que hay
brujitas
-aunque nadie las ve ni las
visita-.
Las brujitas de hoy ya no se montan
haciendo diabluras sobre la escoba.
Gastan zapatos de plataforma
y se tiñen el pelo de azul cobalto.
Ya no exhiben al viento largas
melenas.
Con los pelos de punta y el What’s app
las detecta cualquiera por donde
van.
Han trocado sonrisa por carcajada:
son el saneado negocio de los
dentistas.
La cirugía plástica hace milagros
con sus corvas narices de urraca triste.
Ya no usan vestidos negros, de
tiros largos.
Se enfundan en leggings y en camisetas.
Están a la última, las muy coquetas.
Han dejado de verse en aquelarres.
Un lugar más seguro para sus
pócimas
es sentarse tranquilas en un Mac Donald’s.
Bailan, de madrugada, en los
callejones
hediondos y derrumbados de los
suburbios
el último y el más estridente rap, o
rockandroll.
Cuando amanece se esfuman y hacen planning
para hacerse los pelos, es decir,
deshacerse
de cuanto vello brota por su
barbilla
o asoma, irredento, en las aletas
de sus narices.
Pues las brujas ahora no lo
parecen.
Pero cuidado, porque yo sé que
existen
tengo una cámara oculta en mi
tejado.
Que probará fehacientemente
cuanto sobre este tema, he
afirmado.
Lo de los hombres buenos, es
complicado.
Ni se tiñen la barba ni los
cabellos.
Ni calzan a la moda, ni van de
negro.
No ejercen un oficio que los
distinga
y hasta hay quien dice: -mentes perversas-
que con el Santo Job, se extinguieron.
Que hay hombres buenos, yo sí lo sé
porque no puedo olvidarme de San
José.
Y de otros santos que lo fueron,
sí, aunque no tanto…
10 de mayo de 2014
Alcalá de Henares, 8 de junio de 2017
TEXTO E IMAGENES REALIZADOS POR FRANZISKA PARA
"EL CANTO DEL RAITÁN"