En ese altar sin nombre,
sin patria y sin bandera
pues está en todas partes:
creo ha llegado a las selvas,
no hay vileza que no se justifique,
honor que no se pise,
inocencia que sea respetada,
dolor que se venere.
Hoy tengo un día para el viento.
Ese viento que se lleva las quejas y las deja
en un lugar sombrío y apartado.
Donde aún no habitan los oídos
ni se escucha el sonido del céfiro.
Donde los lamentos se alejan
en busca de un puerto sin muelles,
marinos, veleros ni gaviotas.
Solo hay que preguntarse por qué
Confucio, Buda, Mahoma y Jesucristo
no han conseguido lograr que los fenicios
-inventores del juego más sucio conocido-
se fueran a habitar otro planeta.
¡Podrían haberlo intentado, como treta!
A los fenicios les ocurrió igual
que al resto de los hombres,
inventan, siempre inventan
cosas para arreglarlo todo.
Arreglaron sus problemas de ese modo
pero sembrar…
sembraron un mal
que no tiene acomodo en la conciencia.
Alcalá de Henares, 2 de mayo
de 2017
Texto e imágenes realizadas
por Franziska para
EL CANTO DEL RAITÁN